En un mundo globalizado el concepto de soberanía se ha convertido en un tema de reflexión constante, especialmente cuando se enfrenta a fenómenos como la entrega de recursos estratégicos y la desvalorización de lo propio.
En este contexto, la soberanía ya no solo se refiere a la capacidad de un país para gobernarse a sí mismo sin injerencias externas, sino también a la preservación de sus riquezas, identidad cultural y valores frente a la presión de un modelo económico que favorece la globalización, la apertura de mercados y la privatización de los bienes comunes.
Un concepto que surge como necesario para cualquier pensamiento de soberanía es la económica que ha experimentado un deslizamiento hacia una dependencia cada vez más marcada de los mercados internacionales.
En muchos países, las decisiones sobre recursos naturales, infraestructuras clave o incluso políticas fiscales han sido condicionadas por organismos internacionales, gobiernos ajenos o empresas multinacionales que imponen sus propios intereses.
Esto ha generado un debilitamiento progresivo de la soberanía estatal, que cede ante las exigencias del capital transnacional.
La entrega de recursos naturales a empresas extranjeras es un claro ejemplo de este proceso. El caso de la explotación de minerales, petróleo o tierras agrícolas por parte de corporaciones internacionales, sin que los pueblos originarios o las comunidades locales vean beneficios tangibles, pone de manifiesto cómo los países están perdiendo control sobre sus propios territorios.
Las concesiones de tierras o las privatizaciones de empresas estatales suelen ser presentadas como una forma de «desarrollo» o «modernización», pero en muchos casos resultan en una desvalorización de lo propio y una dependencia insostenible.
También es crucial abordar la soberanía cultural.
Las tradiciones, lenguas y costumbres propias de cada país o región, que deberían ser motivo de orgullo y un pilar de cohesión social, han sido reducidas a elementos folklóricos sin mayor trascendencia en la vida cotidiana. Nadie valora lo que no conoce, es difícil lograr identificación con figuras inexistentes. ¿Quiénes son Mordisquito, Don Segundo Sombra, Adán Buenosayres, Lupín, Dante Quinterno o Mendieta?
Este proceso de desvalorización cultural se ve reflejado en la creciente preferencia por modelos de consumo y estilo de vida importados, que, lejos de enriquecer las identidades locales, contribuyen a diluirlas. Todos saben quiénes son Capitán América, Mr Jack y Mr Hyde, Halloween, Voldemort, Elfos, o Zeus.
Las plataformas de streaming, que imponen contenidos de consumo global, uniformando los gustos y deseos de las audiencias. Las producciones locales, que deberían ser una expresión de la diversidad cultural, enfrentan dificultades para competir en el mercado, no solo por la falta de recursos, sino también por la hegemonía de las grandes corporaciones mediáticas. Este fenómeno refleja cómo lo propio es desplazado, no solo por un modelo económico, sino también por un sistema cultural que subestima las identidades locales.
En este escenario de entrega y desvalorización, el concepto de «zoncera mayore» acuñado por Arturo Jauretche cobra una relevancia crucial. Jauretche, filósofo y pensador argentino, hizo una crítica feroz a la mentalidad colonialista que ha marcado a América Latina a lo largo de su historia.
Para él, la «zoncera mayor» consistía en esa idea errónea y profundamente arraigada de que «lo de afuera es bueno y lo nuestro es malo». Esta creencia, según Jauretche, ha sido una de las principales herramientas para perpetuar la dependencia de las naciones latinoamericanas frente a las potencias extranjeras.
La noción de que todo lo importado es superior a lo local, que lo extranjero es sinónimo de modernidad, progreso y calidad, es una forma de desvalorización que aún perdura.
Desde los productos de consumo hasta las ideas económicas y políticas. Una mentalidad que ha llevado a a subestimar y a veces rechazar nuestros propios recursos, tradiciones y capacidades.
Lo local, lo autóctono, lo propio, ha sido despojado de valor y relevancia, mientras que se alaba y se adopta con aplausos y vítores lo extranjero.
Jauretche denunció este accionar como una de las mayores causas de la subyugación cultural, económica y política de América Latina.
Este pensamiento, que lleva a rechazar lo propio en favor de lo ajeno, refuerza la dependencia y debilita la soberanía nacional.
Así, la entrega de recursos naturales a empresas extranjeras o la adopción de políticas que favorecen los intereses de potencias extranjeras no es un accidente, sino una consecuencia directa de esa visión colonizada que ha permeado a las élites y a gran parte de la sociedad.
Es crucial que busquemos caminos propios que nos permitan recuperar el control sobre nuestros recursos, nuestra cultura y nuestro futuro revalorizando políticas públicas que protejan los intereses nacionales frente a la voracidad insaciable de las multinacionales y la estupidez crónica del cipayaje local