Desde 1977, cada jueves a las 15:30, las Madres de Plaza de Mayo realizan la “ronda” alrededor de la Pirámide de Mayo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Las Madres circulan alrededor de la Pirámide de Mayo que está en el centro de la Plaza y llevan pañuelos blancos sobre sus cabezas, símbolo con el que se han identificado a lo largo de los años para reclamar por el destino de sus hijos desaparecidos durante la última dictadura cívico militar.

La historia de las Madres de Plaza de Mayo es la de un movimiento que trascendió la búsqueda desesperada de sus hijos e hijas desaparecidos durante la última dictadura militar argentina (1976-1983), que encuentra sus raíces en la necesidad primordial de saber.
Así lo relatan una de sus protagonistas cuando reconstruyen los primeros pasos de una lucha que marcó un antes y un después en la historia de los Derechos Humanos.

Mucha gente empezaba a conocer en 1977 una noticia simple pero poderosa: en la Plaza de Mayo, algunas madres comenzaban a reunirse, movidas por el mismo reclamo por sus hijos e hijas «secuestrados vivos o muertos». Precisamente, cada 30 de abril se conmemora un nuevo aniversario de esas primeras marchas silenciosas, un recordatorio imborrable del inicio de su incansable lucha.

Los primeros encuentros fueron discretos, casi imperceptibles para las autoridades. «Al principio no se daban cuenta de nuestra presencia y nos quedábamos sentadas o charlando y era suficiente». Sin embargo, bajo el estado de sitio imperante, la permanencia estática pronto se tornó riesgosa.

La respuesta de estas mujeres fue tan sencilla como simbólica: empezar a circular alrededor de la estatua de Belgrano, una ronda que se convertiría en su sello distintivo.

Un momento clave en esta historia de resistencia fue la creación del pañuelo blanco, hoy un emblema mundial de la lucha por los derechos humanos. La necesidad de reconocimiento mutuo entre las madres, en medio de una procesión, dio lugar a una idea improvisada pero trascendental. Ante la pregunta «¿cómo nos reconocimos?», la solución surgió de la cotidianidad más íntima: «hagan un pañuelo en un pañal, tienen un pañal guardado de los hijos». Así, un trozo de tela blanca, proveniente de la prenda más vulnerable y preciada, se elevó como bandera de una maternidad herida pero indomable.

La memoria evoca nombres fundacionales como Azucena Villaflor de De Vincenti, señalada como la inspiradora de estas primeras acciones, una figura casi angelical que pareció surgir para organizar ese caos inicial y luego desaparecer. También se recuerdan a las primeras compañeras en esta lucha incansable: las Madres de Blanco, Esther Ballestrino de Careaga y las monjas francesas, todas ellas víctimas también de la brutalidad de la dictadura.

Lejos de la imagen de heroínas con la que a menudo se las reconoce, el testimonio recuperado revela la visceralidad del inicio: «no fuimos a ser heroínas, lo primero fue una cosa absolutamente visceral, nosotros necesitábamos saber dónde estaban nuestros hijos y salvarlos». Una necesidad primaria, nacida del instinto maternal, que con el tiempo se transformaría en un movimiento de «la existencia», una demanda incesante por la verdad y la justicia.

El relato también destaca un punto de inflexión trascendental: la llegada al poder de Néstor Kirchner en 2003. Su gobierno, según se escucha, «decide escuchar ese clamor nuestro de años y años en la calle y trabajar para tirar abajo las leyes de impunidad y empezar con los juicios». Este giro político permitió que el reclamo de las Madres comenzara a materializarse en condenas históricas, como la de Jorge Rafael Videla, marcando un avance significativo en la búsqueda de justicia por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura.

Hoy, a décadas de aquellos primeros encuentros en la Plaza de Mayo, la lucha de las Madres sigue resonando con fuerza. Su historia, marcada por la pérdida, la resistencia y la transformación de un dolor individual en una fuerza colectiva, nos recuerda la importancia de la memoria y la necesidad de mantener viva la exigencia de verdad y justicia ante las atrocidades del pasado.

El pañuelo blanco, nacido de la urgencia y el amor maternal, continúa como un faro de esperanza y un recordatorio imborrable de los 30.000 mil alumbrando futuro.

Por CAMCO

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